El solar de la primitiva Itálica, donde supuestamente se instalarían los soldados veteranos de Escipión tras la definitiva expulsión de los cartagineses de la región en el año 206 a.C. (Apiano, Iber. 38), se sitúa bajo el actual centro urbano de Santiponce, sobre dos elevaciones naturales conocidas como cerro de San Antonio y cerro de Los Palacios. Las excavaciones realizadas por J. Mª Luzón en 1970 en el paraje denominado Pajar de Artillo ofrecieron las primeras evidencias arqueológicas de esta ocupación temprana, aunque posteriormente se ha demostrado que los niveles inferiores deberían corresponder, en realidad, a un asentamiento previo de época turdetana cuyos orígenes se remontarían al menos al siglo IV a.C. A pesar de las numerosas intervenciones arqueológicas realizadas desde entonces, sacando a la luz diferentes contextos pertenecientes a las primeras etapas de vida de la ciudad, la única instalación alfarera documentada hasta la fecha sigue siendo la estructura hallada en este lugar.
El horno de Pajar de Artillo, además de mantenerse en muy buen estado, presenta una serie de características constructivas que lo convierten en un ejemplar especialmente singular. Su planta es circular, de 2’60 m de diámetro, con la boca orientada hacia el este, precedida por un praefurnium cubierto por una pequeña bóveda de adobe. Se conserva tanto la cámara de combustión como la parrilla y el arranque de la cámara de cocción, de la que quedan apenas 20 cm de alzado. Para su construcción se excavó un foso de 3 m de diámetro y 0’95 m de profundidad, que posteriormente se recubrió completamente de barro. Las paredes del horno están realizadas con ladrillos de adobe colocados en vertical, mientras que los del pilar central se han situado horizontalmente, formando un cuadrado cuya parte anterior se encuentra labrada de forma convexa, como ocurre también en las estructuras de Cerro Macareno. El elemento más singular es el sistema de sustentación de la parrilla, constituido por una estructura de barras de adobe plano-convexas colocadas de canto radialmente entre el pilar central y la pared exterior del horno. Estas barras van dispuestas generalmente por pares, unidas por la cara plana y alternadas con otras piezas de menor tamaño que se encajaron como cuñas en los huecos. Una vez finalizada, la estructura se cubrió con un piso horizontal de barro al que previamente se habían insertado una serie de estacas de madera con objeto de dejar los huecos necesarios para la transmisión del calor y los gases de la cámara de combustión hacia la de cocción. Su distribución grosso modo aprovechaba los espacios dejados por el sistema de sustentación. De la cámara de cocción, por su parte, poco se puede decir, aunque su excavador trató de proponer una reconstrucción hipotética a partir de distintas representaciones de hornos y de otros ejemplares de similares características conservados en otros lugares del Mediterráneo.
Asociados a esta estructura aparecieron abundantes fragmentos de cerámica con fallos de cocción (especialmente ánforas del tipo D de Pellicer y recipientes comunes pintados), así como algunos birlos de barro utilizados con toda probabilidad para separar las piezas dentro del horno. J. Mª Luzón fechó su actividad en la segunda mitad o finales del siglo II a.C., mientras revisiones posteriores han elevado esta cronología hasta el siglo III o incluso finales del IV a.C. No obstante, un examen más detenido de los materiales, teniendo en cuenta también los contextos asociados a los niveles de ocupación anteriores e inmediatamente posteriores, nos llevan a situar el momento álgido de producción en los momentos finales del siglo III e incluso a inicios del II a.C. Por su parte, un reciente estudio sobre las ánforas registradas en esta fase ha permitido afinar la caracterización tipológica, técnica y composicional de los ejemplares producidos localmente, definiendo el horizonte artesanal de finales de la Edad del Hierro e inicios de la presencia romana. Entre las ánforas turdetanas más antiguas de Pajar de Artillo, pertenecientes al tipo Pellicer B-C, los perfiles más repetidos se corresponden con las variantes morfológicas de, al menos, finales del siglo III a.C., lejos ya de los primeros momentos de fabricación de estos envases. Pero la inmensa mayoría de las ánforas documentadas, cientos de ellas, pertenecen al tipo Pellicer D. Son muy característicos los bordes de tendencia horizontal y engrosados al interior, con apenas una pequeña señal de borde o incluso totalmente planos en el exterior, rasgos morfológicos que sólo se observan a partir del siglo II a.C. y que pertenecerían al momento de máximo rendimiento de la fabricación de manufacturas de este taller.
Esta producción de ánforas Pellicer D habría estado dedicada al comercio interregional mediante vía fluvial, ya que ejemplares de las mismas características morfotipológicas, técnicas y composicionales se documentan en otros enclaves de importancia comunicados a través del río Guadalquvir. Es indudable que la posición de Itálica fue un punto clave en el movimiento de las ánforas Pellicer D y, por tanto, en el circuito de producción y redistribución de productos alimenticios a partir de la Segunda Guerra Púnica.