Cerro Macareno es un tell protohistórico situado al fondo del paleoestuario del Guadalquivir, junto a un antiguo canal navegable de este río. Se conoce principalmente por las excavaciones de urgencia realizadas a mediados de los años setenta con motivo de su destrucción por una explotación de áridos. Estas pusieron al descubierto un área industrial en el sector más occidental del yacimiento donde se pudieron registrar un conjunto de hornos y una serie de estructuras y depósitos asociados que constituyen, hasta el momento, el taller alfarero más antiguo documentado en el Bajo Guadalquivir, a excepción, como se ha dicho, del posible horno de Coria del Río, correspondiente a los primeros momentos de la presencia fenicia en la región.

Los cortes que arrojaron evidencias más palpables de este espacio productivo son los identificados con las letras F, G, H.I y H.II. En los primeros apareció la base de un horno de planta ovalada irregular y pilar central con la boca abierta hacia el este. Las paredes estaban construidas con adobes de gran tamaño colocados de forma vertical y revestidos al exterior por una gruesa capa de arcilla endurecida; mientras que el interior se encontraba revocado con una capa de barro, calcinada por la acción del fuego. El pilar central, del que sólo se conserva una hilada de adobes, es de forma rectangular y presenta el extremo que mira hacia la entrada del horno redondeado para facilitar el acceso y la carga de la cámara de combustión. La base del horno es plana, aunque inclinada visiblemente hacia la boca. Junto a él se documentaron muy parcialmente los restos de un edificio de planta rectangular y buena factura, compartimentado al interior con un tabique, que pudo estar relacionado con las instalaciones del alfar, si bien no se encontraron elementos que permitieran definir una función clara. De hecho, el espacio exterior al muro de cierre de este edificio está ocupado por dos hoyos rellenos de cenizas, restos de adobe y material cerámico, orientados respectivamente a las bocas de los hornos exhumados en el corte G y en el contiguo corte H. Se trata, según los excavadores, de desechos del propio alfar, ya que además de fragmentos de ánforas y cerámica común de pastas locales, en el primero de ellos aparecieron adobes cuya forma correspondía a los utilizados en las paredes y la parrilla de estas estructuras. Por su parte, en los cortes H.I y H.II aparecieron dos estructuras fornáceas de similares características que la anterior, aunque sólo pudieron documentarse parcialmente. El horno mejor conservado, que es además el de mayores dimensiones, presenta también una planta ovalada irregular y un pilar central rectangular, con la parte delantera redondeada, si bien en este caso su boca está orientada al sureste. Frente a ella se extiende igualmente una especie de foso destinado con probabilidad a las tareas de limpieza y carga.

Por lo que respecta a la cronología de estas estructuras, a pesar de la atonía de los restos de producción identificados, que se limitan a paredes de grandes recipientes de transporte y almacenamiento, tanto las producciones locales, principalmente ánforas de los tipos Pellicer B y C y cerámicas comunes (cuentos, urnas, lebrillos), como la vajilla importada, representada por dos copas “tipo Cástulo” (corte H.I y H.II) y una lucerna de barniz negro griega (corte G), nos sitúa entre finales del siglo V y mediados del IV a.C. Una cronología que viene confirmada también por los materiales hallados en los niveles subyacentes, en ningún caso posteriores al siglo V a.C.

Posteriormente, el estudio de los materiales procedentes de estas excavaciones y de algunas prospecciones posteriores, depositados en el Museo Arqueológico de Sevilla, ha permitido dar cuenta de la presencia de fragmentos de ánforas con defectos de cocción que no solo confirman la producción de estos envases en el sector alfarero documentado en los años setenta, sino también la continuidad de esta actividad a lo largo de la II Edad del Hierro, ya que no solo están presentes ejemplares de los tipos Pellicer B y C, que son los característicos de los siglos V y IV a.C. (documentados por un fondo cónico y fragmentos de pared sobrecocidos), sino también de la forma Pellicer D, una producción que se extiende desde finales del siglo IV e inicios del III a.C. hasta prácticamente el cambio de era, conviviendo con los primeros envases romanizados. En concreto, las identificaciones más recientes han sido un borde de ánfora Pellicer BC considerado transicional, que ya anuncia la forma Pellicer D posterior, y un borde de Pellicer D temprana, ambas evidencias que pueden datarse conjuntamente hacia el siglo III a.C. pleno. Estos materiales certifican la continuidad de la actividad alfarera más allá del fin de los hornos excavados en los años 70, ya que debió existir al menos otra instalación de hornos en activo hacia el siglo III a.C. Además, informan acerca del rol del taller de Cerro Macareno en la transformación comercial representada por la materialización de un nuevo tipo anfórico, adaptado a condiciones de almacenamiento, transporte y capacidad diferentes.

En los últimos años se han reanudado las excavaciones sobre este singular yacimiento a través de un proyecto de investigación sistemático que tiene entre sus principales objetivos documentar y analizar en extensión los contextos productivos aún conservados en el sector occidental del primitivo tell, correspondientes a la fase documentada en las catas realizadas en los años setenta, y corroborar la existencia de niveles previos relacionados con la misma actividad. La campaña realizada en 2019, aún en estudio, ha puesto al descubierto un conjunto de estructuras de combustión, tanto de cerámica como de metal, y otras instalaciones anejas que demuestran la intensidad y la complejidad de las actividades desarrolladas en esta área industrial en los momentos iniciales de la II Edad del Hierro. Asimismo, se han identificado las primeras huellas de una fase anterior, aún no excavada, que parece estar conformada por un grupo de estancias yuxtapuestas de forma, tamaño y orientación regulares.

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