La investigación histórica de base arqueológica dirigida hacia la economía y el comercio había ocupado desde los inicios de la disciplina un puesto muy secundario, considerándose casi como mera información accesoria a la proporcionada por otras vías, relativas a aspectos dotados de mayor monumentalidad y consideración artística (arquitectura, escultura, epigrafía, etc.). En las últimas décadas el desarrollo de la metodología (estratigrafía, tipología, etc.), la aplicación de ciencias “auxiliares” a la investigación arqueológica y el agotamiento de las aproximaciones basadas en los citados “patrones clásicos” para hacer Historia han permitido el progresivo ascenso del estudio de la economía como una herramienta fundamental para el examen e interpretación de las sociedades pasadas, posicionándose como una de las líneas con más proyección actualmente. En especial, este auge ha tenido su epicentro en el estudio de las sociedades de la Prehistoria Reciente y la Antigüedad, que son en buena medida el escenario remoto en el cual se gestaron las bases de la moneda, la “economía de mercado”, los sistemas comerciales complejos y las relaciones de producción que dan origen a nuestras propias bases económicas actuales.

Este interés creciente ha derivado en una multiplicación no sólo de los proyectos y publicaciones centradas en estas cuestiones, sino en una valoración actual muy diferente a la tradicional de la relevancia y capacidad de aportación de los propios yacimientos arqueológicos para la conformación de nuevas contribuciones al discurso 

histórico  que permitan renovarlo o discutir aspectos esenciales de su estructura y contenidos. En concreto, para la Protohistoria peninsular esta modificación incide (como ya se ha puesto el acento en muchas ocasiones para la Prehistoria) en una mayor consideración de yacimientos carentes de monumentalidad arquitectónica o artística frente a otros que, aún contando con ésta, tienen desde la perspectiva arqueológica una capacidad de aportar datos mucho más limitada en relación a las características de los modelos de vida de las sociedades que los generaron, e incluso en relación a la mejora de los aspectos metodológicos de la disciplina. De este modo, si en los inicios de la Arqueología, los restos de templos, murallas, edificios públicos o enterramientos eran considerados el eje vertebral sobre el que construir la Historia de lugares o época concretas, hoy en día otros hallazgos más modestos documentados en talleres artesanales, almacenes, pecios o canteras permiten extraer una mayor cantidad y calidad de datos relativos a aspectos fundamentales que en muchos casos no es posible analizar a partir de otro tipo de yacimientos o contextos. Así, por ejemplo, un alfar permite analizar las producciones cerámicas de un área y, dependiendo del caso, analizar las relaciones de consumo y comercio a escala local, regional o internacional a partir de la tipología de dichos productos cerámicos y su presencia en puntos foráneos, la demografía, la gestión de los recursos, cambios en el medio, la proveniencia de cargamentos de pecios, etc.

Para el caso de las economías antiguas, esta reciente reconsideración de las virtudes de las áreas artesanales y de otras tipologías de yacimientos vinculadas a la cadena extracción – procesado – comercialización – consumo (y de los ítems vinculados a ella) ha dado lugar en las últimas décadas a un interés renovado por localizar, excavar e investigar los restos de talleres artesanales, infraestructuras vinculadas a la producción, áreas de almacenaje, zonas de captación o aprovisionamiento de materias primas, puertos, pecios, etc., que son aspectos sobre los que además las fuentes literarias antiguas apenas inciden de forma amplia y fiable.