En el caso de Sevilla, las únicas evidencias sobre posibles talleres alfareros se limitan a los restos puestos al descubierto por las excavaciones realizadas en 2003 en los sótanos del Palacio Arzobispal. Estas permitieron documentar dos hornos que podrían pertenecer al sector portuario e industrial de la antigua Spal, situado extramuros del primitivo tell, junto a un codo formado por uno de los brazos río Guadalquivir que bordeaba la ciudad en aquellos momentos. En la primera campaña, la única publicada hasta ahora, se llevaron a cabo tres sondeos (I, II y IV) en el espacio ocupado por el antiguo Archivo, así como un control general de los movimientos de tierra.
En el ángulo SE del Corte I se registraron parcialmente los restos de la cámara de combustión de un horno de planta circular, cuyo diámetro se calculó en unos 2,60 m aproximadamente, con una profundidad mínima de 1,10 m. Las paredes y el suelo, excavados sobre los niveles de ocupación anteriores, estaban revestidos de arcilla y revocados al interior con un enlucido de cal de 5 cm de grosor. Debido a su ubicación y a su lamentable estado de conservación no pudo documentarse el sistema de sustentación de la parrilla que, dado su tamaño, hubo de situarse también sobre un pilar o columna central. El interior de la cámara estaba colmatado por un relleno de color oscuro con abundantes cerámicas y otros desechos de producción indeterminados. Aquí encontramos un ejemplar tardío del ánfora MP-A4 (T-12.1.1.1/2) y dos bordes de la forma Pellicer D, así como un cuenco de cerámica “tipo Kuass” y algunos fragmentos de ánforas con fallos de cocción de tipo indeterminado. Estos materiales aparecen asociados al cuello de un ánfora Dressel 1 y una pátera de cerámica campaniense B, que proporcionan una fecha post quem de inicios del siglo I a.C. para la amortización de la estructura. Por su parte, el horno estaba excavado, como se ha dicho, sobre un relleno de tierra de 1,30 m de potencia en el que se registraron tres bordes de la forma Pellicer D, varias asas pertenecientes a contenedores púnicos (T-8.2.1.1 o T-9.1.1.1), así como el arranque de asa de un ánfora ibicenca de tipo indeterminado que podemos fechar grosso modo en torno al siglo II a.C.
El segundo de los hornos apareció en el Corte IV, bajo un muro de calcarenita con el que guarda una complicada relación estratigráfica. Al igual que el anterior, solo se ha podido documentar muy parcialmente en una superficie de poco más de 1 m2. Se trata de un muro de tendencia circular 2,65 m de radio y de 85 cm de recorrido, con una anchura de entre 80 y 50 cm, realizado con pellas de adobe y fragmentos cerámicos. Correspondería a la cámara de cocción, cuya huella quedó registrada en el perfil norte, mientras que la cámara de combustión y la parrilla, situadas a una cota inferior, no llegaron a ser excavadas. Entre material recuperado de las paredes del horno se hallaron fragmentos de al menos tres ánforas T-8.2.1.1, así como un pie anular perteneciente a un mortero de tradición púnica, lo que permite fechar su construcción en torno al siglo II a.C. Ni el relleno de la cámara de cocción ni los depósitos que se asocian a esta estructura hacia el exterior ofrecieron otros restos representativos, debido en gran medida a alteración provocada por las fases edilicias posteriores.
A pesar de las dificultades impuestas por los límites de la excavación y el estado de conservación de las estructuras exhumadas, tanto los materiales vinculados a sus niveles de construcción y amortización como las cotas de uso y su ubicación permiten interpretar estas instalaciones como un alfar suburbano, cuyo funcionamiento cabría situar entre el siglo II e inicios del I a.C. Por su parte, los análisis arqueométricos realizados a algunas de los fragmentos de ánforas registrados en relación con estas estructuras alfareras no descartan una producción local. A grandes rasgos, estas manufacturas se caracterizan petrográficamente por una matriz de orientación ondulada con frecuentes poros de tamaño macro y misma orientación. Su clasificación es claramente bimodal y las inclusiones son de gran tamaño, de espaciado estrecho. Posiblemente se les aportó granos de cuarzo de hasta 0.70 mm como desgrasante añadido, mientras que las inclusiones naturalmente presentes incluyen cuarcita, escasos fragmentos de rocas esquistosas, mica moscovita y otros granos de cuarzo en la fracción fina, todos ellos componentes habituales de los aportes fluviales a esta altura del valle del Guadalquivir. El hecho de tratarse de muestras sobrecocidas, es decir, desechos de cocción descartados, hace que su composición se encuentre probablemente alterada por efecto de la temperatura, pero pueden aportar una imagen indicativa de la composición habitual de las piezas manufacturadas en estos hornos.